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13 Domingo B Curación de la hemorroisa

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Curación de la hemorroisa

Podemos imaginarnos la escena. Lo hemos visto en la televisión, en las noticias del Oriente Medio, un jefe religioso rodeado de hombres intentando tocarlo para obtener su fuerza. Los apóstoles rodeaban a Jesús, intentando defenderlo de la multitud. Dicen que cuando la gente intenta tocar a un líder, sus manos y brazos acaban marcados, especialmente con las uñas de las mujeres. No le fue fácil a esa mujer el tocar a Jesús. Estaba débil de su enfermedad, perdiendo sangre. Los Padres de la Iglesia ven en esta mujer a los gentiles, que fueron salvados por la fe. Somos esta mujer, enfermos y débiles, perdiendo la sangre a través de nuestros pecados.

No sabemos cuánto le costó tocar a Jesús. Perseveró una y otra vez, sin desanimarse. Sabía que Jesús era su última esperanza. Había gastado todo su dinero en médicos y había emporado. Los apóstoles la apartaban cada vez que se acercaba. Nos da un buen ejemplo de tozudez. Lo intentó por diferentes lados. Ella es un buen ejemplo para nosotros, que debemos comenzar y recomenzar todos los días. Intentar tocar a Jesús a través de la Eucaristía, del sacramento de la confesión, de nuestra oración. Debemos encontrar el camino, el botón para abrir su corazón. Ahí está esperándonos, y solo nos hace falta más fe para tocarle.

Al final consiguió tocar la orla de su manto. Fue suficiente para curarse de repente. Jesús es tan poderoso que incluso sus vestidos desprenden gracia, energía y poder. Imagínate su cuerpo cuando vamos a comulgar. Mucha gente le tocaba, pero sólo ella se curó. ¿Por qué? Porque ella le tocó con una fe real, sabiendo que era un hombre santo y que le podía curar. San Ambrosio dice que deberíamos tocar a Jesús, no con nuestros dedos, sino con nuestra fe, sabiendo que es el Hijo de Dios. Si nuestra fe es débil, no tenemos nada para poder tocarle. Debemos pedirle que aumente nuestra fe, para ser fuertes y así poder alcanzar su corazón.

El Beato Álvaro solía traer este evangelio a su oración justo antes de la Santa Misa. Esa mujer lo tocó; nosotros lo comemos. Tocó la orla de su manto; nosotros comemos su carne. Ella perdía sangre; nosotros la bebemos. Debemos acercarnos por detrás con miedo y reverencia. Estamos tocando el poder infinito de Dios. Vete con cuidado, es peligroso, no vaya a explotar en tus manos. Es como tocar un cable eléctrico de alto voltaje, o poner la mano en la boca del león. Nuestros pecados actúan de aislantes; no nos dejan experimentar su poder.

Jesús se paró y preguntó: ¿Quién me ha tocado? Los apóstoles le respondieron extrañados: Si todo el mundo te toca. Jesús comentó: una fuerza ha salido de mí. ¿Por qué tuvo esta reacción, si sabía lo que había pasado? Para que nosotros supiéramos del milagro. Si no hubiera preguntado nunca lo hubiéramos sabido. Muchas cosas ocurrieron que no están escritas en los evangelios. Los sucesos más importantes ocurren dentro de las almas de las personas. No salen en las noticias. Tenemos experiencia de lo que pasa en nuestras almas.

josephpich@gmail.com

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Podemos imaginarnos la escena. Lo hemos visto en la televisión, en las noticias del Oriente Medio, un jefe religioso rodeado de hombres intentando tocarlo para obtener su fuerza. Los apóstoles rodeaban a Jesús, intentando defenderlo de la multitud. Dicen que cuando la gente intenta tocar a un líder, sus manos y brazos acaban marcados, especialmente con las uñas de las mujeres. No le fue fácil a esa mujer el tocar a Jesús. Estaba débil de su enfermedad, perdiendo sangre. Los Padres de la Iglesia ven en esta mujer a los gentiles, que fueron salvados por la fe. Somos esta mujer, enfermos y débiles, perdiendo la sangre a través de nuestros pecados.

No sabemos cuánto le costó tocar a Jesús. Perseveró una y otra vez, sin desanimarse. Sabía que Jesús era su última esperanza. Había gastado todo su dinero en médicos y había emporado. Los apóstoles la apartaban cada vez que se acercaba. Nos da un buen ejemplo de tozudez. Lo intentó por diferentes lados. Ella es un buen ejemplo para nosotros, que debemos comenzar y recomenzar todos los días. Intentar tocar a Jesús a través de la Eucaristía, del sacramento de la confesión, de nuestra oración. Debemos encontrar el camino, el botón para abrir su corazón. Ahí está esperándonos, y solo nos hace falta más fe para tocarle.

Al final consiguió tocar la orla de su manto. Fue suficiente para curarse de repente. Jesús es tan poderoso que incluso sus vestidos desprenden gracia, energía y poder. Imagínate su cuerpo cuando vamos a comulgar. Mucha gente le tocaba, pero sólo ella se curó. ¿Por qué? Porque ella le tocó con una fe real, sabiendo que era un hombre santo y que le podía curar. San Ambrosio dice que deberíamos tocar a Jesús, no con nuestros dedos, sino con nuestra fe, sabiendo que es el Hijo de Dios. Si nuestra fe es débil, no tenemos nada para poder tocarle. Debemos pedirle que aumente nuestra fe, para ser fuertes y así poder alcanzar su corazón.

El Beato Álvaro solía traer este evangelio a su oración justo antes de la Santa Misa. Esa mujer lo tocó; nosotros lo comemos. Tocó la orla de su manto; nosotros comemos su carne. Ella perdía sangre; nosotros la bebemos. Debemos acercarnos por detrás con miedo y reverencia. Estamos tocando el poder infinito de Dios. Vete con cuidado, es peligroso, no vaya a explotar en tus manos. Es como tocar un cable eléctrico de alto voltaje, o poner la mano en la boca del león. Nuestros pecados actúan de aislantes; no nos dejan experimentar su poder.

Jesús se paró y preguntó: ¿Quién me ha tocado? Los apóstoles le respondieron extrañados: Si todo el mundo te toca. Jesús comentó: una fuerza ha salido de mí. ¿Por qué tuvo esta reacción, si sabía lo que había pasado? Para que nosotros supiéramos del milagro. Si no hubiera preguntado nunca lo hubiéramos sabido. Muchas cosas ocurrieron que no están escritas en los evangelios. Los sucesos más importantes ocurren dentro de las almas de las personas. No salen en las noticias. Tenemos experiencia de lo que pasa en nuestras almas.

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